20 abril 2016

Perdidos

Santiago. Ciudad perdida y de perdidos. Repleta de autómatas de carne que se alimentan de una batería que consume su vida y ciega su alma. Los hace perderse, cegarse, olvidarse de la misma ciudad por la que avanzan. Una ciudad que se olvida a sí misma y  que vive en forma de recuerdo, de fotografía en tonos sepia, quemada y olvidada dentro de la memoria los mismos autómatas que la transitan, buscando, buscándose.

23 marzo 2016

Me gusta, me gustan sus ojos, sus lentes, su piel, su contextura delgada, su ternura, sus abrazos al saludar o al despedirse, me gusta y solo pienso en volver a verla

12 enero 2016

Ahí, al menos.

Un daño más o menos a estas altura da un poco lo mismo. Lo malo es que al final todo se vuelve costumbre, todo se vuelve habitual o normal y simplemente ya no te sientes mal, sino que ya estas mal como un estado permanente. Pese que todo al final se siente permanente, sabes que eso no será así para toda la vida, al menos eso es lo que quieres creer y así no sentirte tan mal o al menos para así seguir soñando en que todo se solucionará, algún día, pero se solucionará.
Aun así te esfuerzas para salir de toda esa mierda que te consume y daña día a día, noche a noche, pero... al final eso queda ahí, en nada, en un vacío, en un limbo de los sueños muertos y rotos. Dañados.

A la larga así se siente todo, así me siento en todo, tratando de escapar, de refugiarme en proyectos inconclusos, pero que al final no ayudan o al menos no como me gustaría. Y bueno, ahí estamos, seguimos acá, aquí, tristes o no, pero estamos, eso es algo supongo, un indicio de que algo va a pasar, si no me mató un auto, un tren o un millón de decepciones de la vida misma, es por algo o al menos creo que puede ser por algo.

15 noviembre 2015

Adios al sueño americano (el escape del sistema)

ya no tengo donde escribir.

sabía que con mis problemas como que no me iba a dar para seguir, pensé quizas que con lo bien que iban las cosas ese día no llegaría. pero hoy domingo 15, a las 4 am decidí que el sueño de Sotano se iba, con eso también no solo la página o el blog, sino tembien es mi propio escape de facebook y de esa realidad, también es mi escape del mundo, si bien me hizo bien ir a tocatas un tiempo, creo que ya no me hace nada, o al menos no me siento bien para salir, socializar, y todo eso.

con esto huyo del sistema y de la sociedad, prefiero dejarlo así, prefiero dejar mis problemas aquí conmigo y no escapando de ellos, porque al final creo que el escape que me dí me sobrepaso y las veces que en este último tiempo me encontraba solo con ellos, me sentía peor que antes, algo así como si sufriera un sindrome de abstinencia o algo asi

al menos así creo que estaré mejor, viviré menos intesamente claro, pero al menos me sentiré mejor o al menos eso espero.

Fue un bonito proyecto, que pensé que me ayudaría a sanar, pero al final me terminó haciendo mal.

gracias a quienes supieron del proyecto, bueno no sé para que digo eso acá, si de los que posiblemente leeran esto, solo será el gonzalo, así que gracias a él, y bueno eso.

PD: quizás vuelva a escribir cuentos, que a la larga es lo unico bueno que me ha resultado

16 octubre 2015

En micro a las 3 de la mañana

Ella venía pegada y con la mirada perdida por una noche que en la mañana tendrá consecuencias

Yo venía pegado de lo aburrido y cansado que estoy ya de la vida

Nuestras miradas a ratos se encontraban mientras el bus pasaban frente a Santa Lucia, La Moneda y
Estación Central

Yo ajeno a la realidad y pegado de la música que salía de mis audifones fui devuelto cuando ella me habló

Me preguntó sobre mis chapitas con una sonrisa de borracha tan encantadora como sus ojos verdes.

Yo con mi cara de tonto le respondía embobado por su rostro

Hablamos de música, de música y de música mientras la micro pasaba por la USACH, General Velazquez y la Teletón.

Yo veía mi paradero alejarse, pero sentía que esos segundos valían la pena por quedarme pegado en sus ojos y en su voz.

Yo por seguir hablándole habría seguido derecho, pero en Las Rejas era mi punto sin retorno. Ahora
que lo pienso cuando ella me dijo que venía pegada con mis chapitas yo pude haber respondido: yo venía pegado por tus ojos.

Quizás la falta de alcohol en el cuerpo no dejó que esas palabras salieran o quizás fue mi propio autocontrol. Al menos esa pequeña conversación sirvió para darle luz a una noche nublada y sin estrellas

31 mayo 2015

Espejismo

Ayer creí verla. Vi su pelo, vi su abrigo, vi sus zapatillas, la vi comprando los yogures que le gustaban, pero al acercarme no era ella. Era otra. Alguien que jamás había visto, pero que juré alguna vez ver en el pasado y a ese es el problema, vivir tanto en el pasado a la larga no te deja vivir tranquilo en el presente.

(i)

A veces ya no se puede no más. Hay etapas que son como esas heridas y caidas en bicicleta cuando estás aprendiendo, las puedes superar, puedes aprender de ese error, pero pese a todo el tiempo que haya pasado, esas heridas siguen estando en tu piel, latentes, presentes, quizás un poco escondidas, pero siempre estarán ahí, casi recordandote tus errores y caídas, tus trancas en definitiva.

29 abril 2015

Noctambulo (II)

Extraña lejana

Me encuentro frente al viejo Hotel City en la calle Compañía, bebo un sorbo amargo y escuálido de Báltica mientras en un playlist busco aquella canción que escuchamos en el mismo lugar la noche en nos conocimos. “La rueda que sigue girando después de la catástrofe” se titula la canción que ahora suena en mis recuerdos, en mis borrachos y lastimeros recuerdos que a esta altura saben a cerveza barata y llevan colgado su rostro.

Tomo uno, dos, tres, cuatro sorbos largo que en mi garganta de apoco ahogan en el nudo que me dejó nuestra última conversación. Una pelea idiota que recuerdo segundo a segundo y con lujo de detalles, como si fuera una película que se proyecta en mi cerebro de forma continua e imparable. Varios me han dicho que me olvide, que el tiempo y el trago pueden curar lo que sea. Para ellos es fácil pienso yo, ellos nunca se han enamorado y menos han sufrido por no poder estar con dicha persona a quien le han dedicado momentos, canciones, películas y tiempo.

Casi al seco mato el último rastro de cerveza que yace al fondo de la botella.  Me quedo pegado viendo su transparencia mientras recuerdo aquel beso con un deje de sabor a esta misma cerveza barata que nos dimos casi de pura casualidad aquella fría noche de noviembre. Sigo mirando la botella mientras raspo de forma ansiosa la etiqueta. Un litro de cerveza no es suficiente –pienso-. Dejo la botella a un lado y busco la caja de vino que yace al fondo de mi mochila, con afán de borrarme o al menos de escapar así de sus recuerdos.

Sigo mirando el City y sigo pensando en ella. Con un sorbo largo de ese vino blanco trato de ahogar dichos pensamientos. Tomo uno, dos y tres sorbos. Un cuarto sorbo no lo trago y termina siendo una mancha maloliente en el piso a mis pies. Y es así como me siento ahora, como una vil mancha en el camino que nadie se detiene a mirar. Cabizbajo me quedo mirando la mancha mientras la canción en mis oídos se comienza a apagar y las guitarras terminan siendo reemplazada por gritos de borrachos y tacones altos de las prostitutas que a esa ahora comienzan a emerger buscando el modo de salvar la noche.

Mientras seguía pegado mirando la mancha de vino un grito me sacó de mi lastimero estado, un grito que a esas horas parecía una alarma que intentaba despertarme.

-Ese tipo de alcohol no es muy bueno para esas heridas.- Dijo una prostituta joven, delgada, con un cigarrillo apagado en la boca mientras se acercaba a mi miseria.

-¿Puedo sentarme? Pregunto mientras encendía el Hilton rojo que llevaba en la boca. Yo sólo atiné a mover la cabeza de forma afirmativa.

-Sabes, un corazón roto se nota a la legua. Sobre todo si lo bañas en Báltica y soledad. ¿Qué pasa?

-Tú lo dijiste. Un corazón roto, sólo eso.

-Pero, los corazones rotos no se rompen por sí solos, siempre hay una historia que de apoco los va trizando hasta romperlos.

No quería hablar, no me sentía bien hablando, siempre he sido callado, tímido, perdido y con un montón de trancas que de apoco me fueron alejando de la sociedad, casi al punto de terminar siendo un ermitaño emocionalmente hablando. Aun así mis pensamientos racionales a esa hora no salían y menos conectaban con mi habla, llevándome a sacar toda mi miseria que me estaba guardando e intentaba ahogar en cerveza, vino y recuerdos.

-Mi historia. Digamos que hace tiempo decidí alejarme de toda sociedad, casi como un ermitaño, pero nunca tan extremo. A la larga una familia disfuncional, distanciada emocionalmente y un micro círculo social te termina pasando la cuenta. Pese a que me encerraba en mí mismo igual me sentía bien ¿sabes? Pero ese sentimiento cambio notablemente cuando la conocí a ella.

-¿Ella? ¿La responsable de que termines acá tomando sólo?- Preguntó ella con deje de burla.

-Sip, ella misma. Pese a que estaba sólo o al menos así me sentía, no me encerraba en una pieza, aun  así seguía saliendo, iba a tocatas, salía al cine e iba a presentaciones de libros, en una de esas última nos conocimos. Ambos en el lugar no conocíamos a nadie y terminamos hablando de un poco de todo. Lo bueno de esos lugares es que hay trago y comida gratis. Habremos tomado casi diez copas de champaña y gracias al alcohol nos motivamos a seguir bebiendo. Comparamos una Báltica y un vino, nos vinimos corriendo para acá. Seguimos conversando, hablando, simplemente conociéndonos. Entre sorbo y sorbo de cerveza a ella se le quedó un rastro de aquello en sus labios, y de lo entonado que estaba a esas alturas, atiné a darle un beso. Fue un beso  con sabor a cerveza barata, amargo y tosco, pero sin duda fue nuestro y eso es lo que importa.

-Me suena mucho a una historia casi sacada de algún libro de Bukowsky. Y sí las prostitutas también leemos y sabemos de muchas cosas, no todo en la vida de nosotras es sexo y plata. Dijo casi como si fuera un método de autodefensa.

-No pienso eso. Y si fue bastante Bukowkiano todo lo nuestro. La cosa es que ella y yo somos totalmente opuestos. Ella me saco de mi encierro social y emocional, ella me mostro que la vida no es simplemente un amargo trago de soledad y me sacó de aquella raza de los cabizbajos de la cual me sentía parte. Ella era hermosa, piel blanca, pecas, extrovertida, culta, sincera y sin lugar a dudas perfecta.

-Parece que como la describe ella era la chica indicada, pero si todo era tan perfecto, ¿qué pasó?
Ella sacaba otro cigarrillo, mientras su maquillaje se comenzaba a correr. Prende el cigarrillo, le da dos fumadas y con el humo aún adentro bebe un poco desde su petaca que guardaba en su cartera, exhala el humo y vuelve a tomar un trago.

-Ella tenía un solo problema, o quizás no un problema –corregí-, pero si era algo en lo que ella tenía sus convicciones bien puestas. Ella no toleraba las mentiras, sé que suena común, pero el gran pero es que podía ser simplemente un error de expresión o entendimiento,  sólo un pequeño error y para ella eso era como si la estuvieran engañando. Si bien ella me dijo eso desde el primer día, no fue hasta nuestro tercer mes junto que pude experimentar aquel odio hacia las mentiras. Yo justo al momento que empecé a salir con ella, estaba interesado en otra persona, lo cual al día siguiente de nuestro encuentro terminé de una. Pero no sé cómo ella se enteró. Para ella el no decirle que estaba saliendo con alguien fue lo peor que podía haber hecho. Ella no dejo explicarme y simplemente terminó, terminamos.- corregí de nuevo.-

-Pero, ahora ¿qué pasa?

-¿Qué pasa? Estoy hecho bolsa, eso pasa. Cómo te sentirías tú, al ser alguien a quien prácticamente le tiene pavor a la sociedad y que de repente llegue alguien que te haga cambiar todo eso y te haga sentir como si de verdad la vida valiera la pena. Ella es la persona que me hizo creer que amor de verdad existe y no es simplemente un invento hollywoodense de los tiempos modernos.

La prostituta me mira y esboza una pequeña lágrima. Ella me ofrece lo que queda de cigarrillo y un trago de su petaca. Ella se acerca un poco más. Siento un perfume agradable y me siento cómodo. Sin darme cuenta en mis mejillas hay rastros de lágrimas y ella tomando un pañuelo me las limpias casi como una madre estuviera consolando a su hijo. Me siento bien, es extraño, nunca me he sentido bien con los extraños, pero ella es distinta, pienso mientras apago el cigarro sobre la mancha de vino que sigue estando húmeda.

-Estás enamorado pendejo, se nota.- Dice ella mientras me abraza.-  Pero eso está bien, lo que más le falta a este cochino mundo es amor, sobre todo en los jóvenes. Tu historia me recuerda a mi primer cliente. Era un tipo joven y yo también. Tuvimos uno, dos, tres encuentros distintos. En un motel, en su casa, en la mía. Él me hacía sentir distinta, me hacía volver a creer en el amor o que al menos el hecho de ser una prostituta me podía llevar a encontrarlo, pero tuve la mala idea de llamarlo, en un horario fuera del trabajo. Me dijo que estaba volviendo con su ex, que le gustó pasar el tiempo conmigo, pero que eso no era el amor que el sentía. Me pedía disculpas, pero las disculpas no pueden suturar un corazón roto.

Quedé en silencio. El único sonido que emití fue el de mi garganta al tragar un sorbo de vino.

-Mi conclusión es que yo no me atreví a salir de mi estado, no me atreví a decirle a tiempo lo que de verdad sentía por él, tú por favor no cometas ese mismo error. Recuerda que los fantasmas se exorcizan, las relaciones duran, no lo que tienen que durar, sino lo que los amantes las hacen durar. Te lo digo por experiencia, yo no sólo me dedico a alimentar el ego de los tipos solitarios, a veces soy psicóloga, consejera amorosa y sexóloga. Mi pega no sólo es sexo, sino que a ratos soy sólo un hombro para llorar o un oído para escuchar.

-Entonces, ¿me estás cobrando? ¿Acaso todo esto fue una farsa emocional y simplemente soy otro cliente dentro de tu mundillo noctámbulo? Dije alzando la voz, casi enojado.

-No, nada que ver, creo que el destino hizo bien al juntarnos. Contigo creo que de verdad uno puede encontrar a alguien, por tu historia de verdad creo que todos somos barcos perdidos buscando una carta de navegación. Tu ya encontraste la tuya, ahora tu misión es saber leerla bien para así no volver a naufragar, mira que perderse en el mar puede salir bastante caro. Ve con ella, con tu chica, corre y no mires atrás, olvida el pasado, y  recuerda que el caballero que acaba de encontrar el amor de su vida, no puede perder demasiado tiempo hablando con la muerte.

Dejé el vino en la cuneta, donde todavía se notaba la mancha maloliente de hace un rato. Mire la prostituta, cuyo nombre jamás pregunté. Le di las gracias y un beso en la mejilla como despedida Me levanté y corrí por Compañía con dirección a Lastarrias, en mis oídos sonaba  “Fragmentos de uno mismo” de Determinación de Mil Inviernos, que a la larga se había transformado en un mantra, pero ahora  era el motor que me hacía reaccionar a esas horas y me daban la energía que necesitaba para llegar hasta ella.

Corrí hasta quedarme sin aire, esquivé un par de autos mientras cruzaba erróneamente las calles de Santiago, de ese Santiago nocturno que adornaban las sirenas y las balizas que cruzaban buscando destino, al igual que yo, salvo que yo no sólo buscaba destino, sino que buscaba retomar aquel destino que se alejó y se alejaba lentamente de mi.

Mientras corría pensaba en la última frase que me dijo la prostituta frente al City, la sentía tan mía como si al momento de oírla esta frase se tatuara en mi piel y fuera el sello que me definiría esta noche. Me sentía como Woddy Allen corriendo por Manhattan para alcanzar a Diane Keaton y evitar que esta se marchara de la ciudad, salvo que yo no buscaba evitar que alguien se marchara de Santiago, sino que estaba en busca de evitar que ese alguien se marchara de mi vida y así evitar que aquello se transforme en un recuerdo, ya que el recordar es el ejercicio más doloroso que una persona pueda hacer a lo largo de su vida.

Llegando a Lastarrias y bajo su balcón me detuve. Me puse en cunclillas y expulsé casi medio litro de Báltica mezclada con papas fritas y hamburguesas del McDonald. Veo que se enciende su luz, ella sale por la ventana. Su pelo morado, su piel blanca, sus pecas que adornan su rostro, mi polera del Jocker que ella comenzó a usar de pijama, todo parece una perfecta escena de película, con una paleta de colores digna de Wes Anderson.

La miro y me siento como esa primera vez que la vi, en esa fiesta aniversario de “Por Favor Rebobinar”, donde nuestro amor por Fuguet y diez copas de champaña nos llevaron a tomar frente al City y besarnos como cual personajes del autor de Mala Onda.  Sin palabras, ella sólo me mira con una mirada de lástima como si estuviera viendo a un perro en silla de ruedas o un gato que ha sido rescatado de una casa en llamas. Yo sólo atino a mirarla y gritarle la misma frese que le dije esa noche fría de noviembre. ¿Irías a ser muda que Dios te dio esos ojos?

Y en un silencio eterno ella vuelve adentro, cierra la ventana, pero abre la puerta. Ella sale y camina a donde estaba yo. La veo y me es inevitable no pensar en besarla, pero sé que no debo. Sólo atino a mirarla. Le pido disculpas, por todo lo dicho, por lo no dicho, por lo trizado que dejé nuestra relación. Y ahí bajo su balcón, bajo un foco casi colonial que nos ilumina cuan luna en el cielo despejado de verano y apuntando al mismo cielo con la mirada, mientras tomo sus pálidas y cálidas manos le digo: “Si tu murieras. Las estrellas a pesar de su lámpara encendida. Perderían su camino. ¿Qué sería del universo?”

Ella me mira, mira el cielo y sonríe.

11 abril 2015

Sorbos y planetas (I)


Entre libros, gente snobs y copas de champaña que iban y venían  me encontraba deambulando buscando algo que si bien no sabía qué era, sólo sabía que eso, sólo podía estar ahí. Bebí una, dos, tres copas casi al seco, pero sentía que ni matar el tiempo con el alcohol me ayudaba en mi búsqueda. Cuando la noche caía y el alcohol subía más y más a mi cabeza, la búsqueda me parecía inútil, hasta que una voz a mis espaldas me preguntó  -¿También te sientes cómo si no conocieras a nadie?-. Me gire con lentitud y entonces la vi, y de inmediato supe que mi búsqueda había llegado a su fin. Su piel blanca, sus pecas y su pelo morado destacaban entre  rubias, hipster, gordos y ebrios que a esas horas se peleaban por quien estaba más ebrio y gritaba más fuerte.

-Cuando llegué me sentí así, pensé que después de la quinta copa esa sensación se pasaría, pero estando casi en la décima me sigo sintiendo igual que cuando llegué.- Dije casi de corrido aparentando un poco de sobriedad, la cual a esa hora ya no existía.

-Yo llegué y sólo cachaba al autor del libro y un par de personajes más, me sentía rara, pero nada que un par de copas gratis y comida gratis pueda hacer pasar.- Dijo ella mientras tomaba el último sorbo de la copa que tenía en la mano.

-Sé que no nos conocemos, casi cómo la mayoría de los que están acá, pero ¿Te gustaría ir a tomar algo que no sea champaña?- Pregunté casi con miedo, pero esbozando una valentía gracias al alcohol.
Ella cogió una copa, la tomó al seco y simplemente dijo “Vamos”.  Salimos de Lastarria casi sin rumbo buscando un lugar mejor para continuar la cálida noche de noviembre que nos acompañaba. 

Mientras salíamos a la Alameda ella camina a mi lado, me cuenta que su nombre es Martina, estudia Astronomía, y que por lo mismo odia Santiago, dado que el cielo acá no sirve para estudiarlo. 
Caminando hacía Baquedano, me es difícil gesticular palabras para contarle algo de mí, sólo atino a mirarla y a responder lo que me pregunte. No me despego de su pelo morado, sus pecas ni menos ese jodidamente hermoso septum que adorna su nariz.

-Ya pos ¿Qué hacemos?- Interrumpio mientras esperabamos en un semaforo en rojo 
-A esta ahora no pienso ir a un bar. Es jueves, son casi las 12, los bares o estarán llenos de zorrones o ebrios solitarios que lentamente irán tomando una Baltica de litro. Te tinca mejor si compramos algo y nos vamos a una cuneta cualquiera.- Dije mientras pensaba “En mi cabeza esa idea sonaba mucho mejor.”

Ella se tomó el tiempo, revisó su bolsillo y dijo que sí. Caminamos por Vicuña Mackena, entramos a la primera tienda que pillamos, compramos dos Bálticas de litro y un vino blanco. Seguimos caminando por ese Santiago nocturno que a esas horas era cuna de vagabundos, zorrones ebrios, flaites pidiendo cigarros y una que otra prostituta que se asomaba buscando lograr la meta de la noche.

Entre conversaciones de literatura, crítica a una sociedad podrida y un par de chistes de Los Simpsons llegamos a Paris con Londres. Nos sentamos en una esquina y lentamente comenzamos a beber la primera botella de Báltica.Ella me comentaba de estrellas, auroras boreales, el cosmódromo Baikonur y las creencias en otras dimensiones. Yo por mi parte le hablaba de Bukowsky, Murakami, Watchmen y de la Logia Lautarina.

Reíamos y bebíamos. Las casi 10 copas de champaña que ambos habíamos bebido ya nos estaban pasando la cuenta, pero aun así decidimos seguir con la segunda botella. Entre un silencio no incomodo le digo “He visto las mejores mentes de mi generación desgarradas por la tragedia, famélicos muertos de hambre caminando por las calles”. Ella me  mira, sonríe, me quita la botella y bebe un sorbo en donde un poco de cerveza barata se escapa y termina deslizándose por su labio. Ella no se da cuenta, pero ese detalle lo mantengo fijo. Cuando ella deja la botella a un lado, sigue con el rastro de cerveza en sus labios, y mis ojos siguen mirando aquella bella imagen. -¿Qué tengo? Me pregunta ella.- No reaccionando a mi lógica, la sigo mirando, y torpemente trato de besar el lugar donde estaba el rastro de su último sorbo. Casi en cámara lenta me encuentro llegando a sus labios, y es el momento en que ella lentamente se gira hacia mí, conviertiendo aquel acto de valentía en nuestro primer beso.

Fue un beso extraño, el alcohol, el miedo, el desconocimiento personal de ambos se mezclaba para que aquel no fuera un beso de teleserie, y por lo mismo fue un beso mucho mejor. No fue honesto, no fue hermoso, ni menos perfecto, pero sin duda fue nuestro.

Luego de aquello, la conversación siguió igual. Ella hablando de planetas, yo recitando trozos de poemas de Sylvia Plath, Allen Ginsberg, Stella Díaz y Vicente Huidobro. Hablando y hablando, riendo y bebiendo. Un beso tras otros nos llevó a hablar de Fuguet, hablamos de sus libros, películas, personajes y del City. Nos acostamos en la sucia cuneta de Paris. Nos imaginamos siendo personajes de algún libro o película independiente. Al momento que Martina abriera el vino yo la interrumpo y le digo, -¿Y si lo último lo tomamos mirando al City?-. No fue necesario convencerla, porque una vez terminada la frase nos encontrábamos corriendo con destino a Compañía.

Entre prostitutas cruzamos el paseo Ahumada hasta llegar al viejo Hotel City. Nos quedamos un rato mirando de la mano, casi como si fuera el final de El Club de la Pelea. Nos sentamos de espalda al cine porno que daba al frente al City. Nos tomamos el vino entre sorbos y sorbos, besos y besos. Le pase mi polerón y nos quedábamos ahí, casi como si nos congelaramos en el tiempo y en el momento. 

-¿Irías a ser ciega que Dios te dio esos ojos?- Pregunté rompiendo el silencio
Martina me mira, sonríe y continua apoyando su cabeza en mi hombro. 

Con el sol de un viernes en la madrugada y una caña casi de fin de semana, desperté, estaba solo, pero sin mi polerón. Busqué mi celular, había un SMS guardado como borrador en donde ella había escrito “Desperté, me tuve que ir. Perdón, me quedé con tu polerón, estaba abrigador.  Juntemosnos en la esquina de Paris donde estuvimos ayer, si es que te acuerdas. Te veo ahí a las 5, XO”
Tomé un último sorbo de esa caja de vino y trataba de recordar la esquina donde había estado y con quien había estado.


28 septiembre 2014

Hedor a Perdedor


Entre olor a cerveza Báltica y cigarrillos Philip Morris desperté. Primero desorientado y segundo con una caña que me rompía el cráneo. Me intenté de levantar y averiguar dónde estaba. Frente a mí se veía una luz de neón que decía “Cine Para Adultos”. Al darme cuenta me fijé que me encontraba afuera  del abandonado Hotel City en la calle Compañía. Intente de caminar, pero no pude. Me senté en las ruinas del City y observé el neón que expelía el letrero del cine frente a mí. Revise mis bolsillos buscando desesperado un cigarrillo, pero ya no quedaban.  Me acosté en la vereda y rogué por no ser asaltado. Me coloqué mis audífonos y traté de no vomitar lo bebido. No pude. Ahora a mi lado hay un charco de vómito con olor a cerveza barata.  -Parece que estuvo buena la fiesta.- Dijo una voz en mi espalda. Me voltee y era un viejo. No le respondí. –Oye toma para que no pasí frío.- me dijo el viejo y me tiro un cigarro a la cara. Lo encendí. El viejo nuevamente me habló pero estabas sentado frente a mí. – ¿Me ayudas?- Preguntó con un cigarrillo en la boca mientras me enseñaba los garfios metálicos que tenía por mano. Le encendí el cigarro y me ofreció un trago de vino desde una caja que ocultaba bajo su chaqueta.

Por turnos bebimos de la caja de vino Tocornal, hasta que se acabara. Me ofreció otro cigarro y me volvió a preguntar sobre mi noche. –Terminé con mi polola, le dije. Necesitaba autodestruirme. La auto destrucción vía películas románticas o recordando cómo era en la cama no me bastaba. Necesitaba borrarme yo cacho, onda no sólo una autodestrucción emocional sino física también. El extraño me miró. Se levantó y caminó hacia una esquina. De apoco se escuchaba el chorro de orina contra la pared y desde ahí este me gritaba “Déjala. ¡Las mujeres sólo son para follar y a lo más para que tengas un plato de comida en la mesa!” Antes que se volteara y regresara a la vereda me levanté y fui hasta a él. Lo golpee por lo que había dicho. Robé su caja de cigarros y corrí. Hice la del gran Woody Allen corriendo por Manhattan en busca de Mariel Hemingway. Sólo que mi carrera fue por Santiago. Un Santiago nocturno, plagado de ebrios y prostitutas en sus esquinas.

Había corrido dos cuadras cuando el vino volvía en forma de vómito nuevamente y me hacía dejar otra mancha en una esquina de Santiago. Me detuve. Mire el vómito. Saque un cigarro. Me senté en la verada. Y antes de que pudiera encender el cigarro me dormí. Desperté nuevamente, esta vez por el sol dominical sin saber qué hacía allí.