Santiago. Ciudad perdida y de perdidos. Repleta de autómatas de carne que se alimentan de una batería que consume su vida y ciega su alma. Los hace perderse, cegarse, olvidarse de la misma ciudad por la que avanzan. Una ciudad que se olvida a sí misma y que vive en forma de recuerdo, de fotografía en tonos sepia, quemada y olvidada dentro de la memoria los mismos autómatas que la transitan, buscando, buscándose.
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