28 septiembre 2014

Hedor a Perdedor


Entre olor a cerveza Báltica y cigarrillos Philip Morris desperté. Primero desorientado y segundo con una caña que me rompía el cráneo. Me intenté de levantar y averiguar dónde estaba. Frente a mí se veía una luz de neón que decía “Cine Para Adultos”. Al darme cuenta me fijé que me encontraba afuera  del abandonado Hotel City en la calle Compañía. Intente de caminar, pero no pude. Me senté en las ruinas del City y observé el neón que expelía el letrero del cine frente a mí. Revise mis bolsillos buscando desesperado un cigarrillo, pero ya no quedaban.  Me acosté en la vereda y rogué por no ser asaltado. Me coloqué mis audífonos y traté de no vomitar lo bebido. No pude. Ahora a mi lado hay un charco de vómito con olor a cerveza barata.  -Parece que estuvo buena la fiesta.- Dijo una voz en mi espalda. Me voltee y era un viejo. No le respondí. –Oye toma para que no pasí frío.- me dijo el viejo y me tiro un cigarro a la cara. Lo encendí. El viejo nuevamente me habló pero estabas sentado frente a mí. – ¿Me ayudas?- Preguntó con un cigarrillo en la boca mientras me enseñaba los garfios metálicos que tenía por mano. Le encendí el cigarro y me ofreció un trago de vino desde una caja que ocultaba bajo su chaqueta.

Por turnos bebimos de la caja de vino Tocornal, hasta que se acabara. Me ofreció otro cigarro y me volvió a preguntar sobre mi noche. –Terminé con mi polola, le dije. Necesitaba autodestruirme. La auto destrucción vía películas románticas o recordando cómo era en la cama no me bastaba. Necesitaba borrarme yo cacho, onda no sólo una autodestrucción emocional sino física también. El extraño me miró. Se levantó y caminó hacia una esquina. De apoco se escuchaba el chorro de orina contra la pared y desde ahí este me gritaba “Déjala. ¡Las mujeres sólo son para follar y a lo más para que tengas un plato de comida en la mesa!” Antes que se volteara y regresara a la vereda me levanté y fui hasta a él. Lo golpee por lo que había dicho. Robé su caja de cigarros y corrí. Hice la del gran Woody Allen corriendo por Manhattan en busca de Mariel Hemingway. Sólo que mi carrera fue por Santiago. Un Santiago nocturno, plagado de ebrios y prostitutas en sus esquinas.

Había corrido dos cuadras cuando el vino volvía en forma de vómito nuevamente y me hacía dejar otra mancha en una esquina de Santiago. Me detuve. Mire el vómito. Saque un cigarro. Me senté en la verada. Y antes de que pudiera encender el cigarro me dormí. Desperté nuevamente, esta vez por el sol dominical sin saber qué hacía allí.

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