-Cuando llegué me sentí así, pensé que después de la quinta
copa esa sensación se pasaría, pero estando casi en la décima me sigo sintiendo
igual que cuando llegué.- Dije casi de corrido aparentando un poco de
sobriedad, la cual a esa hora ya no existía.
-Yo llegué y sólo cachaba al autor del libro y un par de
personajes más, me sentía rara, pero nada que un par de copas gratis y comida
gratis pueda hacer pasar.- Dijo ella mientras tomaba el último sorbo de la copa
que tenía en la mano.
-Sé que no nos conocemos, casi cómo la mayoría de los que
están acá, pero ¿Te gustaría ir a tomar algo que no sea champaña?- Pregunté
casi con miedo, pero esbozando una valentía gracias al alcohol.
Ella cogió una copa, la tomó al seco y simplemente dijo
“Vamos”. Salimos de Lastarria casi sin
rumbo buscando un lugar mejor para continuar la cálida noche de noviembre que
nos acompañaba.
Mientras salíamos a la Alameda ella camina a mi lado, me
cuenta que su nombre es Martina, estudia Astronomía, y que por lo mismo odia
Santiago, dado que el cielo acá no sirve para estudiarlo.
Caminando hacía Baquedano, me es difícil gesticular palabras
para contarle algo de mí, sólo atino a mirarla y a responder lo que me
pregunte. No me despego de su pelo morado, sus pecas ni menos ese jodidamente
hermoso septum que adorna su nariz.
-Ya pos ¿Qué hacemos?- Interrumpio mientras esperabamos en un semaforo en rojo
-A esta ahora no pienso ir a un bar. Es jueves, son casi las
12, los bares o estarán llenos de zorrones o ebrios solitarios que lentamente irán tomando
una Baltica de litro. Te tinca mejor si compramos algo y nos vamos a una cuneta
cualquiera.- Dije mientras pensaba “En mi cabeza esa idea sonaba mucho mejor.”
Ella se tomó el tiempo, revisó su bolsillo y dijo que sí.
Caminamos por Vicuña Mackena, entramos a la primera tienda que pillamos,
compramos dos Bálticas de litro y un vino blanco. Seguimos caminando por ese
Santiago nocturno que a esas horas era cuna de vagabundos, zorrones ebrios,
flaites pidiendo cigarros y una que otra prostituta que se asomaba buscando lograr
la meta de la noche.
Entre conversaciones de literatura, crítica a una sociedad
podrida y un par de chistes de Los Simpsons llegamos a Paris con Londres. Nos
sentamos en una esquina y lentamente comenzamos a beber la primera botella de
Báltica.Ella me comentaba de estrellas, auroras boreales, el cosmódromo
Baikonur y las creencias en otras dimensiones. Yo por mi parte le hablaba de
Bukowsky, Murakami, Watchmen y de la Logia Lautarina.
Reíamos y bebíamos. Las casi 10 copas de champaña que ambos
habíamos bebido ya nos estaban pasando la cuenta, pero aun así decidimos seguir
con la segunda botella. Entre un silencio no incomodo le digo “He visto las mejores
mentes de mi generación desgarradas por la tragedia, famélicos muertos de
hambre caminando por las calles”. Ella me mira, sonríe, me quita la botella y
bebe un sorbo en donde un poco de cerveza barata se escapa y termina
deslizándose por su labio. Ella no se da cuenta, pero ese detalle lo mantengo
fijo. Cuando ella deja la botella a un lado, sigue con el rastro de cerveza en
sus labios, y mis ojos siguen mirando aquella bella imagen. -¿Qué tengo? Me
pregunta ella.- No reaccionando a mi lógica, la sigo mirando, y torpemente
trato de besar el lugar donde estaba el rastro de su último sorbo. Casi en
cámara lenta me encuentro llegando a sus labios, y es el momento en que ella
lentamente se gira hacia mí, conviertiendo aquel acto de valentía en nuestro primer beso.
Fue un beso extraño, el alcohol, el miedo, el
desconocimiento personal de ambos se mezclaba para que aquel no fuera un beso de
teleserie, y por lo mismo fue un beso mucho mejor. No fue honesto, no fue
hermoso, ni menos perfecto, pero sin duda fue nuestro.
Luego de aquello, la conversación siguió igual. Ella
hablando de planetas, yo recitando trozos de poemas de Sylvia Plath, Allen
Ginsberg, Stella Díaz y Vicente Huidobro. Hablando y hablando, riendo y
bebiendo. Un beso tras otros nos llevó a hablar de Fuguet, hablamos de sus
libros, películas, personajes y del City. Nos acostamos en la sucia cuneta de
Paris. Nos imaginamos siendo personajes de algún libro o película
independiente. Al momento que Martina abriera el vino yo la interrumpo y le
digo, -¿Y si lo último lo tomamos mirando al City?-. No fue necesario
convencerla, porque una vez terminada la frase nos encontrábamos corriendo con
destino a Compañía.
Entre prostitutas cruzamos el paseo Ahumada hasta llegar al
viejo Hotel City. Nos quedamos un rato mirando de la mano, casi como si fuera
el final de El Club de la Pelea. Nos sentamos de espalda al cine porno que daba
al frente al City. Nos tomamos el vino entre sorbos y sorbos, besos y besos. Le
pase mi polerón y nos quedábamos ahí, casi como si nos congelaramos en el tiempo y en el momento.
-¿Irías a ser ciega que Dios te dio esos ojos?- Pregunté rompiendo el silencio
Martina me mira, sonríe y continua apoyando su cabeza en mi hombro.
Con el sol de un viernes en la madrugada y una caña casi de fin
de semana, desperté, estaba solo, pero sin mi polerón. Busqué mi celular, había
un SMS guardado como borrador en donde ella había escrito “Desperté, me tuve
que ir. Perdón, me quedé con tu polerón, estaba abrigador. Juntemosnos en la esquina de Paris donde
estuvimos ayer, si es que te acuerdas. Te veo ahí a las 5, XO”
Tomé un último sorbo de esa caja de vino y trataba de recordar
la esquina donde había estado y con quien había estado.
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