11 abril 2015

Sorbos y planetas (I)


Entre libros, gente snobs y copas de champaña que iban y venían  me encontraba deambulando buscando algo que si bien no sabía qué era, sólo sabía que eso, sólo podía estar ahí. Bebí una, dos, tres copas casi al seco, pero sentía que ni matar el tiempo con el alcohol me ayudaba en mi búsqueda. Cuando la noche caía y el alcohol subía más y más a mi cabeza, la búsqueda me parecía inútil, hasta que una voz a mis espaldas me preguntó  -¿También te sientes cómo si no conocieras a nadie?-. Me gire con lentitud y entonces la vi, y de inmediato supe que mi búsqueda había llegado a su fin. Su piel blanca, sus pecas y su pelo morado destacaban entre  rubias, hipster, gordos y ebrios que a esas horas se peleaban por quien estaba más ebrio y gritaba más fuerte.

-Cuando llegué me sentí así, pensé que después de la quinta copa esa sensación se pasaría, pero estando casi en la décima me sigo sintiendo igual que cuando llegué.- Dije casi de corrido aparentando un poco de sobriedad, la cual a esa hora ya no existía.

-Yo llegué y sólo cachaba al autor del libro y un par de personajes más, me sentía rara, pero nada que un par de copas gratis y comida gratis pueda hacer pasar.- Dijo ella mientras tomaba el último sorbo de la copa que tenía en la mano.

-Sé que no nos conocemos, casi cómo la mayoría de los que están acá, pero ¿Te gustaría ir a tomar algo que no sea champaña?- Pregunté casi con miedo, pero esbozando una valentía gracias al alcohol.
Ella cogió una copa, la tomó al seco y simplemente dijo “Vamos”.  Salimos de Lastarria casi sin rumbo buscando un lugar mejor para continuar la cálida noche de noviembre que nos acompañaba. 

Mientras salíamos a la Alameda ella camina a mi lado, me cuenta que su nombre es Martina, estudia Astronomía, y que por lo mismo odia Santiago, dado que el cielo acá no sirve para estudiarlo. 
Caminando hacía Baquedano, me es difícil gesticular palabras para contarle algo de mí, sólo atino a mirarla y a responder lo que me pregunte. No me despego de su pelo morado, sus pecas ni menos ese jodidamente hermoso septum que adorna su nariz.

-Ya pos ¿Qué hacemos?- Interrumpio mientras esperabamos en un semaforo en rojo 
-A esta ahora no pienso ir a un bar. Es jueves, son casi las 12, los bares o estarán llenos de zorrones o ebrios solitarios que lentamente irán tomando una Baltica de litro. Te tinca mejor si compramos algo y nos vamos a una cuneta cualquiera.- Dije mientras pensaba “En mi cabeza esa idea sonaba mucho mejor.”

Ella se tomó el tiempo, revisó su bolsillo y dijo que sí. Caminamos por Vicuña Mackena, entramos a la primera tienda que pillamos, compramos dos Bálticas de litro y un vino blanco. Seguimos caminando por ese Santiago nocturno que a esas horas era cuna de vagabundos, zorrones ebrios, flaites pidiendo cigarros y una que otra prostituta que se asomaba buscando lograr la meta de la noche.

Entre conversaciones de literatura, crítica a una sociedad podrida y un par de chistes de Los Simpsons llegamos a Paris con Londres. Nos sentamos en una esquina y lentamente comenzamos a beber la primera botella de Báltica.Ella me comentaba de estrellas, auroras boreales, el cosmódromo Baikonur y las creencias en otras dimensiones. Yo por mi parte le hablaba de Bukowsky, Murakami, Watchmen y de la Logia Lautarina.

Reíamos y bebíamos. Las casi 10 copas de champaña que ambos habíamos bebido ya nos estaban pasando la cuenta, pero aun así decidimos seguir con la segunda botella. Entre un silencio no incomodo le digo “He visto las mejores mentes de mi generación desgarradas por la tragedia, famélicos muertos de hambre caminando por las calles”. Ella me  mira, sonríe, me quita la botella y bebe un sorbo en donde un poco de cerveza barata se escapa y termina deslizándose por su labio. Ella no se da cuenta, pero ese detalle lo mantengo fijo. Cuando ella deja la botella a un lado, sigue con el rastro de cerveza en sus labios, y mis ojos siguen mirando aquella bella imagen. -¿Qué tengo? Me pregunta ella.- No reaccionando a mi lógica, la sigo mirando, y torpemente trato de besar el lugar donde estaba el rastro de su último sorbo. Casi en cámara lenta me encuentro llegando a sus labios, y es el momento en que ella lentamente se gira hacia mí, conviertiendo aquel acto de valentía en nuestro primer beso.

Fue un beso extraño, el alcohol, el miedo, el desconocimiento personal de ambos se mezclaba para que aquel no fuera un beso de teleserie, y por lo mismo fue un beso mucho mejor. No fue honesto, no fue hermoso, ni menos perfecto, pero sin duda fue nuestro.

Luego de aquello, la conversación siguió igual. Ella hablando de planetas, yo recitando trozos de poemas de Sylvia Plath, Allen Ginsberg, Stella Díaz y Vicente Huidobro. Hablando y hablando, riendo y bebiendo. Un beso tras otros nos llevó a hablar de Fuguet, hablamos de sus libros, películas, personajes y del City. Nos acostamos en la sucia cuneta de Paris. Nos imaginamos siendo personajes de algún libro o película independiente. Al momento que Martina abriera el vino yo la interrumpo y le digo, -¿Y si lo último lo tomamos mirando al City?-. No fue necesario convencerla, porque una vez terminada la frase nos encontrábamos corriendo con destino a Compañía.

Entre prostitutas cruzamos el paseo Ahumada hasta llegar al viejo Hotel City. Nos quedamos un rato mirando de la mano, casi como si fuera el final de El Club de la Pelea. Nos sentamos de espalda al cine porno que daba al frente al City. Nos tomamos el vino entre sorbos y sorbos, besos y besos. Le pase mi polerón y nos quedábamos ahí, casi como si nos congelaramos en el tiempo y en el momento. 

-¿Irías a ser ciega que Dios te dio esos ojos?- Pregunté rompiendo el silencio
Martina me mira, sonríe y continua apoyando su cabeza en mi hombro. 

Con el sol de un viernes en la madrugada y una caña casi de fin de semana, desperté, estaba solo, pero sin mi polerón. Busqué mi celular, había un SMS guardado como borrador en donde ella había escrito “Desperté, me tuve que ir. Perdón, me quedé con tu polerón, estaba abrigador.  Juntemosnos en la esquina de Paris donde estuvimos ayer, si es que te acuerdas. Te veo ahí a las 5, XO”
Tomé un último sorbo de esa caja de vino y trataba de recordar la esquina donde había estado y con quien había estado.


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