Me encuentro frente al viejo Hotel City en la calle Compañía, bebo un sorbo amargo y escuálido de Báltica mientras en un playlist busco aquella canción que escuchamos en el mismo lugar la noche en nos conocimos. “La rueda que sigue girando después de la catástrofe” se titula la canción que ahora suena en mis recuerdos, en mis borrachos y lastimeros recuerdos que a esta altura saben a cerveza barata y llevan colgado su rostro.
Tomo uno, dos, tres, cuatro sorbos largo que en mi garganta de apoco ahogan en el nudo que me dejó nuestra última conversación. Una pelea idiota que recuerdo segundo a segundo y con lujo de detalles, como si fuera una película que se proyecta en mi cerebro de forma continua e imparable. Varios me han dicho que me olvide, que el tiempo y el trago pueden curar lo que sea. Para ellos es fácil pienso yo, ellos nunca se han enamorado y menos han sufrido por no poder estar con dicha persona a quien le han dedicado momentos, canciones, películas y tiempo.
Casi al seco mato el último rastro de cerveza que yace al fondo de la botella. Me quedo pegado viendo su transparencia mientras recuerdo aquel beso con un deje de sabor a esta misma cerveza barata que nos dimos casi de pura casualidad aquella fría noche de noviembre. Sigo mirando la botella mientras raspo de forma ansiosa la etiqueta. Un litro de cerveza no es suficiente –pienso-. Dejo la botella a un lado y busco la caja de vino que yace al fondo de mi mochila, con afán de borrarme o al menos de escapar así de sus recuerdos.
Sigo mirando el City y sigo pensando en ella. Con un sorbo largo de ese vino blanco trato de ahogar dichos pensamientos. Tomo uno, dos y tres sorbos. Un cuarto sorbo no lo trago y termina siendo una mancha maloliente en el piso a mis pies. Y es así como me siento ahora, como una vil mancha en el camino que nadie se detiene a mirar. Cabizbajo me quedo mirando la mancha mientras la canción en mis oídos se comienza a apagar y las guitarras terminan siendo reemplazada por gritos de borrachos y tacones altos de las prostitutas que a esa ahora comienzan a emerger buscando el modo de salvar la noche.
Mientras seguía pegado mirando la mancha de vino un grito me sacó de mi lastimero estado, un grito que a esas horas parecía una alarma que intentaba despertarme.
-Ese tipo de alcohol no es muy bueno para esas heridas.- Dijo una prostituta joven, delgada, con un cigarrillo apagado en la boca mientras se acercaba a mi miseria.
-¿Puedo sentarme? Pregunto mientras encendía el Hilton rojo que llevaba en la boca. Yo sólo atiné a mover la cabeza de forma afirmativa.
-Sabes, un corazón roto se nota a la legua. Sobre todo si lo bañas en Báltica y soledad. ¿Qué pasa?
-Tú lo dijiste. Un corazón roto, sólo eso.
-Pero, los corazones rotos no se rompen por sí solos, siempre hay una historia que de apoco los va trizando hasta romperlos.
No quería hablar, no me sentía bien hablando, siempre he sido callado, tímido, perdido y con un montón de trancas que de apoco me fueron alejando de la sociedad, casi al punto de terminar siendo un ermitaño emocionalmente hablando. Aun así mis pensamientos racionales a esa hora no salían y menos conectaban con mi habla, llevándome a sacar toda mi miseria que me estaba guardando e intentaba ahogar en cerveza, vino y recuerdos.
-Mi historia. Digamos que hace tiempo decidí alejarme de toda sociedad, casi como un ermitaño, pero nunca tan extremo. A la larga una familia disfuncional, distanciada emocionalmente y un micro círculo social te termina pasando la cuenta. Pese a que me encerraba en mí mismo igual me sentía bien ¿sabes? Pero ese sentimiento cambio notablemente cuando la conocí a ella.
-¿Ella? ¿La responsable de que termines acá tomando sólo?- Preguntó ella con deje de burla.
-Sip, ella misma. Pese a que estaba sólo o al menos así me sentía, no me encerraba en una pieza, aun así seguía saliendo, iba a tocatas, salía al cine e iba a presentaciones de libros, en una de esas última nos conocimos. Ambos en el lugar no conocíamos a nadie y terminamos hablando de un poco de todo. Lo bueno de esos lugares es que hay trago y comida gratis. Habremos tomado casi diez copas de champaña y gracias al alcohol nos motivamos a seguir bebiendo. Comparamos una Báltica y un vino, nos vinimos corriendo para acá. Seguimos conversando, hablando, simplemente conociéndonos. Entre sorbo y sorbo de cerveza a ella se le quedó un rastro de aquello en sus labios, y de lo entonado que estaba a esas alturas, atiné a darle un beso. Fue un beso con sabor a cerveza barata, amargo y tosco, pero sin duda fue nuestro y eso es lo que importa.
-Me suena mucho a una historia casi sacada de algún libro de Bukowsky. Y sí las prostitutas también leemos y sabemos de muchas cosas, no todo en la vida de nosotras es sexo y plata. Dijo casi como si fuera un método de autodefensa.
-No pienso eso. Y si fue bastante Bukowkiano todo lo nuestro. La cosa es que ella y yo somos totalmente opuestos. Ella me saco de mi encierro social y emocional, ella me mostro que la vida no es simplemente un amargo trago de soledad y me sacó de aquella raza de los cabizbajos de la cual me sentía parte. Ella era hermosa, piel blanca, pecas, extrovertida, culta, sincera y sin lugar a dudas perfecta.
-Parece que como la describe ella era la chica indicada, pero si todo era tan perfecto, ¿qué pasó?
Ella sacaba otro cigarrillo, mientras su maquillaje se comenzaba a correr. Prende el cigarrillo, le da dos fumadas y con el humo aún adentro bebe un poco desde su petaca que guardaba en su cartera, exhala el humo y vuelve a tomar un trago.
-Ella tenía un solo problema, o quizás no un problema –corregí-, pero si era algo en lo que ella tenía sus convicciones bien puestas. Ella no toleraba las mentiras, sé que suena común, pero el gran pero es que podía ser simplemente un error de expresión o entendimiento, sólo un pequeño error y para ella eso era como si la estuvieran engañando. Si bien ella me dijo eso desde el primer día, no fue hasta nuestro tercer mes junto que pude experimentar aquel odio hacia las mentiras. Yo justo al momento que empecé a salir con ella, estaba interesado en otra persona, lo cual al día siguiente de nuestro encuentro terminé de una. Pero no sé cómo ella se enteró. Para ella el no decirle que estaba saliendo con alguien fue lo peor que podía haber hecho. Ella no dejo explicarme y simplemente terminó, terminamos.- corregí de nuevo.-
-Pero, ahora ¿qué pasa?
-¿Qué pasa? Estoy hecho bolsa, eso pasa. Cómo te sentirías tú, al ser alguien a quien prácticamente le tiene pavor a la sociedad y que de repente llegue alguien que te haga cambiar todo eso y te haga sentir como si de verdad la vida valiera la pena. Ella es la persona que me hizo creer que amor de verdad existe y no es simplemente un invento hollywoodense de los tiempos modernos.
La prostituta me mira y esboza una pequeña lágrima. Ella me ofrece lo que queda de cigarrillo y un trago de su petaca. Ella se acerca un poco más. Siento un perfume agradable y me siento cómodo. Sin darme cuenta en mis mejillas hay rastros de lágrimas y ella tomando un pañuelo me las limpias casi como una madre estuviera consolando a su hijo. Me siento bien, es extraño, nunca me he sentido bien con los extraños, pero ella es distinta, pienso mientras apago el cigarro sobre la mancha de vino que sigue estando húmeda.
-Estás enamorado pendejo, se nota.- Dice ella mientras me abraza.- Pero eso está bien, lo que más le falta a este cochino mundo es amor, sobre todo en los jóvenes. Tu historia me recuerda a mi primer cliente. Era un tipo joven y yo también. Tuvimos uno, dos, tres encuentros distintos. En un motel, en su casa, en la mía. Él me hacía sentir distinta, me hacía volver a creer en el amor o que al menos el hecho de ser una prostituta me podía llevar a encontrarlo, pero tuve la mala idea de llamarlo, en un horario fuera del trabajo. Me dijo que estaba volviendo con su ex, que le gustó pasar el tiempo conmigo, pero que eso no era el amor que el sentía. Me pedía disculpas, pero las disculpas no pueden suturar un corazón roto.
Quedé en silencio. El único sonido que emití fue el de mi garganta al tragar un sorbo de vino.
-Mi conclusión es que yo no me atreví a salir de mi estado, no me atreví a decirle a tiempo lo que de verdad sentía por él, tú por favor no cometas ese mismo error. Recuerda que los fantasmas se exorcizan, las relaciones duran, no lo que tienen que durar, sino lo que los amantes las hacen durar. Te lo digo por experiencia, yo no sólo me dedico a alimentar el ego de los tipos solitarios, a veces soy psicóloga, consejera amorosa y sexóloga. Mi pega no sólo es sexo, sino que a ratos soy sólo un hombro para llorar o un oído para escuchar.
-Entonces, ¿me estás cobrando? ¿Acaso todo esto fue una farsa emocional y simplemente soy otro cliente dentro de tu mundillo noctámbulo? Dije alzando la voz, casi enojado.
-No, nada que ver, creo que el destino hizo bien al juntarnos. Contigo creo que de verdad uno puede encontrar a alguien, por tu historia de verdad creo que todos somos barcos perdidos buscando una carta de navegación. Tu ya encontraste la tuya, ahora tu misión es saber leerla bien para así no volver a naufragar, mira que perderse en el mar puede salir bastante caro. Ve con ella, con tu chica, corre y no mires atrás, olvida el pasado, y recuerda que el caballero que acaba de encontrar el amor de su vida, no puede perder demasiado tiempo hablando con la muerte.
Dejé el vino en la cuneta, donde todavía se notaba la mancha maloliente de hace un rato. Mire la prostituta, cuyo nombre jamás pregunté. Le di las gracias y un beso en la mejilla como despedida Me levanté y corrí por Compañía con dirección a Lastarrias, en mis oídos sonaba “Fragmentos de uno mismo” de Determinación de Mil Inviernos, que a la larga se había transformado en un mantra, pero ahora era el motor que me hacía reaccionar a esas horas y me daban la energía que necesitaba para llegar hasta ella.
Corrí hasta quedarme sin aire, esquivé un par de autos mientras cruzaba erróneamente las calles de Santiago, de ese Santiago nocturno que adornaban las sirenas y las balizas que cruzaban buscando destino, al igual que yo, salvo que yo no sólo buscaba destino, sino que buscaba retomar aquel destino que se alejó y se alejaba lentamente de mi.
Mientras corría pensaba en la última frase que me dijo la prostituta frente al City, la sentía tan mía como si al momento de oírla esta frase se tatuara en mi piel y fuera el sello que me definiría esta noche. Me sentía como Woddy Allen corriendo por Manhattan para alcanzar a Diane Keaton y evitar que esta se marchara de la ciudad, salvo que yo no buscaba evitar que alguien se marchara de Santiago, sino que estaba en busca de evitar que ese alguien se marchara de mi vida y así evitar que aquello se transforme en un recuerdo, ya que el recordar es el ejercicio más doloroso que una persona pueda hacer a lo largo de su vida.
Llegando a Lastarrias y bajo su balcón me detuve. Me puse en cunclillas y expulsé casi medio litro de Báltica mezclada con papas fritas y hamburguesas del McDonald. Veo que se enciende su luz, ella sale por la ventana. Su pelo morado, su piel blanca, sus pecas que adornan su rostro, mi polera del Jocker que ella comenzó a usar de pijama, todo parece una perfecta escena de película, con una paleta de colores digna de Wes Anderson.
La miro y me siento como esa primera vez que la vi, en esa fiesta aniversario de “Por Favor Rebobinar”, donde nuestro amor por Fuguet y diez copas de champaña nos llevaron a tomar frente al City y besarnos como cual personajes del autor de Mala Onda. Sin palabras, ella sólo me mira con una mirada de lástima como si estuviera viendo a un perro en silla de ruedas o un gato que ha sido rescatado de una casa en llamas. Yo sólo atino a mirarla y gritarle la misma frese que le dije esa noche fría de noviembre. ¿Irías a ser muda que Dios te dio esos ojos?
Y en un silencio eterno ella vuelve adentro, cierra la ventana, pero abre la puerta. Ella sale y camina a donde estaba yo. La veo y me es inevitable no pensar en besarla, pero sé que no debo. Sólo atino a mirarla. Le pido disculpas, por todo lo dicho, por lo no dicho, por lo trizado que dejé nuestra relación. Y ahí bajo su balcón, bajo un foco casi colonial que nos ilumina cuan luna en el cielo despejado de verano y apuntando al mismo cielo con la mirada, mientras tomo sus pálidas y cálidas manos le digo: “Si tu murieras. Las estrellas a pesar de su lámpara encendida. Perderían su camino. ¿Qué sería del universo?”
Ella me mira, mira el cielo y sonríe.
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